Después de mí, el diluvio: ideología y subjetividad, sujeción y subversión. María Ruiz Platero

En Después de mí, el diluvio (2008), Cunillé retrata a través de un interesantísimo diálogo entre un hombre de negocios y una intérprete de qué forma las ideologías conforman los sujetos y, también, cómo los sujetos lo son en un doble sentido, a la par que esta dependencia dificulta la subversión con respecto de la norma.

En primer lugar, recogemos la definición de ideología de Althusser, “el sistema de ideas, de representaciones, que domina el espíritu de un hombre o de un grupo social” (Althusser, 1974). Es, dicho muy rápidamente, una forma de ver el mundo, pero especialmente de imaginar cómo nos relacionamos con él. La ideología no es mero pensamiento o idea, sino que tiene carácter material, pues ordena nuestras prácticas.

En Después de mí, el diluvio, se ve muy marcadamente la ideología de un país que ha sido colonizado por occidente: los blancos tienen el poder económico y de recursos, mientras que la población negra se ve sumida en la miseria. Nos parece perfectamente normal, al leer la obra de Cunillé, que la dignidad en la vida de un niño negro dependa de que un blanco le salve, le vea como valioso y merecedor de una oportunidad. Porque, “obviamente”, se hace impensable en esta ideología que una vida negra no occidentalizada pueda ser plena y feliz. 

Aquí vemos también cómo “la reproducción de las condiciones de producción es la condición última de la producción” (Althusser, 1974). Véase cómo el hombre de negocios prefiere seguir pagando a la policía, por no fiarse de ella, antes de ir en su contra. Parece que todo esfuerzo productivo (las extracciones de coltán que dirige el hombre de negocios, las plantaciones, toda esa red de hombres blancos de negocios que conoce y que trabajan explotando recursos en África) se dirige en primera instancia a mantener la hegemonía económica de Occidente, pero también y especialmente la cultural, demostrando que Europa es la única que puede hacer avanzar una economía y otorgar vidas valiosas a sus ciudadanos. 

Aprovecho para mencionar ahora el trabajo de Said, quien expresa que “la relación entre la política imperialista y la cultura es asombrosamente directa” (Said, 1996) y menciona cómo imperialismo y colonialismo están “apoyados por impresionantes formaciones ideológicas que incluyen la convicción de que ciertos territorios y pueblos necesitan y ruegan ser dominados” (Said, 1996). Lo que aplica a países enteros repercute en las vidas concretas: un padre está de acuerdo con su hijo en que lo mejor que le puede pasar es que un hombre blanco le instruya, digamos, para poder pasar el bando “bueno”, porque el propio no tiene nada que ofrecer. Se muestra así cómo “la base de la autoridad imperial residía (también) en la actitud mental del colonizado” (Said, 1996) (el también es añadido mío). Se hace imposible pensar una alternativa al orden político, económico y cultural, una alternativa a la ideología. “Después de mí, el diluvio”, después de este orden social, no se nos ocurre nada. Mientras se perpetúa la violencia de occidente por conseguir los propios objetivos (contratar mano de obra en África en pésimas condiciones), se mantiene que, a fin de cuentas “nosotros les dimos modernización y progreso (…) orden y cierta clase de estabilidad que ellos no han sido capaces de conseguir por sí mismos” (Said, 1996). Vemos en estos personajes cómo la intérprete y el hombre de negocios permanecen impasibles ante los sufrimientos del Zaire, que incluso bromean sobre ellos al principio o cambian de tema rápidamente al finalizar la reunión con el padre, pues parece que vivir con miedo o entrar en una guerrilla formada por niños es “lo normal” para la población de la zona. El hombre no tendrá escrúpulos en seguir explotando coltán, es lo normal y lo adecuado para él, mientras que el padre es capaz de narrar una historia inventada, presupuesta para su hijo, llena de miserias.

Volvemos entonces a cómo la ideología moldea las experiencias de los individuos. Parece haber un llamado, una interpelación, como dice Althusser, para cada personaje de la obra, al que ellos responden. Aceptar el nombre que nos da el otro, en concreto el poder, someternos a sus previsiones sobre nosotros, nos dota de subjetividad. El hombre de negocios no disfrutaba de ser llamado patrón, pero si lo oía sabía que se referían a él. Del hijo, muerto hace años, se esperaba una vida dura y trágica, llena de violencias y carencias. Y da la impresión de que, aunque el hijo no se encuentre físicamente, empieza a existir cuando aceptamos su historia. Entonces, solo existimos como seres únicos y enlazados con el resto cuando somos vistos, percibidos y actuados como se espera de nosotros. Para ello, el negro de África debe mostrarse como ser inferior, dependiente del blanco occidental y sometido a su poder. ¿Ha sido actriz la intérprete si nunca ha salido en la película que rodó?

Queda claro que “el sujeto es simultáneamente formado y subordinado” (Butler, 2010), que para poder ser considerado alguien con un nombre único, divisible del resto, hay que pasar a un mismo tiempo por un molde o una presión. Si bien el padre quiere liberar a su hijo de la penuria, para poder hacerlo debe pasar primero por el aro de someterse bajo las características de “negro” o “necesitado”, aceptando que “en su país no hay nada para él” mientras que “el hombre blanco sabrá lo que hacer” pues “ningún sujeto puede emerger sin este vínculo formado en la dependencia” (Butler, 2010).

Por último, es destacable cómo en ningún momento el padre entra en escena, sino que su voz depende de la traducción de la intérprete. Más allá, ni siquiera el hijo puede vivir su vida para contarla. Esto nos remite directamente a la tesis de Spivak (2003) de que el subalterno no puede hablar. Su voz y sus vivencias, por lo tanto, cómo se construye y se concibe su subjetividad, dependerá de aquellos en el poder. En este caso, de la traducción de una mujer que quiere tomar el sol y del tiempo que un hombre al que le sobra un reloj esté dispuesto a escuchar una historia interesante.

 

Bibliografía

Althusser, L. (1974). “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”. (A. J. Pla, Trad.) Buenos Aires: Letra e.

Butler, J. (2010). “Introducción”. En Mecanismos psíquicos de poder. Cátedra, pp. 11-41.

Cunillé, L. (2008). “Après moi, le déluge”. Deu peces. Barcelona: Edicions 62, pp. 452-507. 

Said, E. (1996) “I. Territorios superpuestos, historias entrecruzadas”. En: Cultura e imperialismo, 35-73. Barcelona: Anagrama.

Spivak, G. (2003) “¿Puede hablar el subalterno?” Revista Colombiana de Antropología 39, pp. 297-364.

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